Sonntag, November 05, 2006

Nací en Riudellots de la Selva, a la orilla clara de un río contaminado, en un verano sin sol ni calor de hace un tiempo. Un día sin luna quise viajar. Como Ismael era mi modo de ahuyentar la melancolía y regular la circulación.
Llegué a Barcelona y lo primero que hice fue hacerme comercial de calcetines de lujo, de aquellos ribeteados con dos raquetas de tenis cruzadas como una hoz y un martillo que en aquel entonces estaban de moda, algo exquisito, indigno de cualquier pie por muy comunista que fuera. Viajé por toda Catalunya con un SEAT Ritmo gris dudoso que era un tanque de ojos saltones y un Hotel. Me agenciaba un buen sueldo extra renunciando a dormir en camas de fondas y hostales de mala mugre y confeccionando falsas facturas que cobraba a precios meridianamente inusitados. En mis largos paseos perdidos por tanto pueblos iba inventando situaciones que nunca se dieron. Amé sin medida a mujeres que nunca existieron pero que vi guiñándome el ojo desde las cunetas de las carreteras, a cada curva. Me enamoré de mi imaginación en cualquier espigón en el que dormía; luz de luna, silueta de coche-tanque-cuadrado, hasta las ruedas eran cuadradas, y yo dentro llorando de soledad y amor de imágenes con las que me quedaba dormido, envueltas en mis manos que acariciaban el aire viciado del interior del coche, acariciando pechos de cristal. Mientras rompían las olas.
Pasé ese verano en Port del Mar, en uno de los viajes pude descubrir un precioso y aislado apartamento al borde del mar, el precio rondaba el dinero que había escatimado a mi decrépito jefe en hoteles a lo largo de los tres meses precedentes, era un chollo. Allí estaría todo el largo y aún soleado septiembre. En esa época es cuando me obsesioné con el rumor por el que Picasso con peluca veraneaba con Dalí en un chalet de la zona. Me pasaba horas buscando esa posibilidad y en cada casa creí verlo. Una vez a lo lejos, intuí en una terraza espectacular, en una tarde de esas aceleradas de finales de verano una reluciente gran cabeza calva con una camiseta a rayas llamó mi excitada atención obsesiva. Me acerqué gateando y excitado, arañándome con la broza para poder ver mejor a ese símbolo vivo. Cuando llegué al lugar pensé que ambos estaban muertos hacía años y que aquello era una sombrilla solapada con una farola de globo en segundo plano y que Picasso no estaba por allí sin su peluca de incógnito meciendo su calva al viento de la tramuntana. Me vi agachado y reí, recuperé la cordura y la verticalidad un poco y cayó la noche y septiembre pasó y Picasso se me olvidó como una época azul. En Port del Mar dejé un mes difuso, a medias entre una locura superficial y una verdad profunda.

1 Comments:

Blogger Bernat Murcia said...

la verdad es que el relato tiene toques surrealistas que resultan cómicos. Anímate a colgar la continuación -sé que existe, pillín-.

13 November, 2006 18:39  

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