Sonntag, November 26, 2006

yo nunca hice otra cosa que

.. soñar”
Fernando Pessoa. Libro del desasosiego

Giro la cucharilla del café entre mis dedos mientras el denso líquido se deja oler soberbio y el humo desprendido se pierde adormecido en su vaivén. La mañana es soleada y hace un frío tenue, de broma. Veo, sentado, desde la terraza con toldo, rodeado de mesas vacías, el Castelo de Saõ Jorge, alto y luminoso, naciendo en medio de las casas leprosas de Alfama como una leyenda. Lisboa me ha acogido como lo hizo entonces, con ese perfume rancio e inconfundible a ciudad desgastada y añeja, mohosa, a ciudad invisible. Va a hacer cincuenta años que viví aquí toda una vida.

La plaza del Rossio continua intacta, tan rota y desvencijada como siempre, con el Carmo derruido por el terremoto que conmovió a Voltaire en su cúspide, al fondo, el Teatro como una impronta fuera de lugar. Vagan, perpetuos, los heroinómanos en su inopia.

Recuerdo aquel olor a humedad del “Tejo” durante todos los días de la semana, menos los domingos, en que levitaba sobre las aceras un hedor neblinoso, saturado, sólido y diferente. El olor de las sardinas. Debajo de donde viví aquel año, en mi casa antigua, escamada de yeso, Eurico, nuestro casero, un señor deforme y sucio, feo y destartalado, asaba los dorados peces atlánticos y gigantes, subía entonces contoneándose aquel olor que entraba por mi ventana mal encajada y llegaba a mi olfato dormido, alertándome de que ya era de día y que era domingo.

Cuando vine aquí entonces había dejado un cadáver aún caliente en mi ciudad y una familia destrozada para siempre; pura carne de fracasos. Cuando volví después de un año el ambiente de culpabilidad inconcreta, el olor a cerrado de una casa traslúcida y el luto absurdo de lo que no tiene vuelta atrás me ahogaron. No tardé en irme y darme de baja definitivamente de ese muñón de familia.

En aquel año portugués empecé un diario poético. Ahora pienso que quizás, la razón de que aquella fuese la única época en mi vida que logré rimar mis pensamientos era por el tiempo que tuve, por el ritmo sosegado de los días tranquilos y serenos. Es triste pensarlo porque quiere decir que en cincuenta años no he vuelto a estar realmente sereno, nunca más logré hacer poesía. Puede que ahora, jubilado de nueva hornada, con todo el tiempo del mundo antes de morirme, haya vuelto a Lisboa para poder escribir mis últimos versos.

Aquí me enamoré un día y no volví a hacerlo más. Conocí a aquella chica asustada, de cristal y sin haberle hablado nunca quise querer un amor imposible, que es el único que perdura, seguramente por ser irreal.

1 Comments:

Blogger peter k said...

por ser irreal me alegro de la cercanía de un lisboeta, jugando en casa, con la saudade justa para apreciar la vida y apreciar también los ojos desenfocados y envueltos en esquinas, que nos proponen cada día canallas historias de un amor de últimos versos...

01 Dezember, 2006 15:45  

Kommentar veröffentlichen

<< Home