Montag, November 27, 2006

Sonntag, November 26, 2006

yo nunca hice otra cosa que

.. soñar”
Fernando Pessoa. Libro del desasosiego

Giro la cucharilla del café entre mis dedos mientras el denso líquido se deja oler soberbio y el humo desprendido se pierde adormecido en su vaivén. La mañana es soleada y hace un frío tenue, de broma. Veo, sentado, desde la terraza con toldo, rodeado de mesas vacías, el Castelo de Saõ Jorge, alto y luminoso, naciendo en medio de las casas leprosas de Alfama como una leyenda. Lisboa me ha acogido como lo hizo entonces, con ese perfume rancio e inconfundible a ciudad desgastada y añeja, mohosa, a ciudad invisible. Va a hacer cincuenta años que viví aquí toda una vida.

La plaza del Rossio continua intacta, tan rota y desvencijada como siempre, con el Carmo derruido por el terremoto que conmovió a Voltaire en su cúspide, al fondo, el Teatro como una impronta fuera de lugar. Vagan, perpetuos, los heroinómanos en su inopia.

Recuerdo aquel olor a humedad del “Tejo” durante todos los días de la semana, menos los domingos, en que levitaba sobre las aceras un hedor neblinoso, saturado, sólido y diferente. El olor de las sardinas. Debajo de donde viví aquel año, en mi casa antigua, escamada de yeso, Eurico, nuestro casero, un señor deforme y sucio, feo y destartalado, asaba los dorados peces atlánticos y gigantes, subía entonces contoneándose aquel olor que entraba por mi ventana mal encajada y llegaba a mi olfato dormido, alertándome de que ya era de día y que era domingo.

Cuando vine aquí entonces había dejado un cadáver aún caliente en mi ciudad y una familia destrozada para siempre; pura carne de fracasos. Cuando volví después de un año el ambiente de culpabilidad inconcreta, el olor a cerrado de una casa traslúcida y el luto absurdo de lo que no tiene vuelta atrás me ahogaron. No tardé en irme y darme de baja definitivamente de ese muñón de familia.

En aquel año portugués empecé un diario poético. Ahora pienso que quizás, la razón de que aquella fuese la única época en mi vida que logré rimar mis pensamientos era por el tiempo que tuve, por el ritmo sosegado de los días tranquilos y serenos. Es triste pensarlo porque quiere decir que en cincuenta años no he vuelto a estar realmente sereno, nunca más logré hacer poesía. Puede que ahora, jubilado de nueva hornada, con todo el tiempo del mundo antes de morirme, haya vuelto a Lisboa para poder escribir mis últimos versos.

Aquí me enamoré un día y no volví a hacerlo más. Conocí a aquella chica asustada, de cristal y sin haberle hablado nunca quise querer un amor imposible, que es el único que perdura, seguramente por ser irreal.

Dienstag, November 14, 2006


*













***

Hay en un rincón de los Prazeres
Un árbol marmóreo
Con una rama partida
Y un búho, que triste,
Me mira y lo miro.
En la morgue
Hay agujeros
Por donde antes
Se deslizó la sangre perpleja
Por quedarse, de pronto,
Sin fuerza, sin rumbo y desorientada,
Muerta.
Llueve un poco
Sólo en el fondo del paseo,
Un agua lenta y blanca, de leche,
Que cae, donde, caprichosa, deciden las gotas.
Hay tumbas abiertas
Donde se ven viejos ataúdes de madera
Recubiertos de tela harapienta
Y negra.
Miro por rotas ventanas
Por puertas que parecen por dentro forzadas.
Veo familias enteras
Que eran o fueron, que fueron siendo
en un tiempo cercano o remoto,
no lo recuerdo, no estaba.
Las calles numeradas,
Numerados los nichos
Números fuimos, números seguimos.
Largas avenidas de muerte pasada
A un lado y a otro cruces de fe cristiana,
Como si al muerto le importara
Si están adornados, hay candelabros,
fotos, símbolos, ornatos,
cristos budas o Mahomas
O flores marchitas o nada.
Cipreses nudosos se alzan,
Innumeros seres que beben
De alguna podredumbre vitaminada.
A un lado el verde Montsanto,
Al otro un gigante de hierro
Vibrando en el aire.
Estrela y la muerte presente,
Me pone nervioso
Enfrentarme a algo borroso
Y nítido como el cristal de mi ventana
En noches heladas.
Algo se yergue día y día,
En mi espalda,
Me va recordando la vida
Que un día ella misma se acaba.

Montag, November 13, 2006

La idea de Europa

Con las nuevas leyes antiterroristas y la consiguiente disminución de las libertades propuestas por la administración Bush, firmadas este mes de noviembre, Europa se pregunta qué hacer; si seguir los pasos del gran hermano americano o volver a liderar lo que en su momento fue el ideario de la revolución francesa. O sea, toda aquella perorata que hoy nos huele a naftalina de legalité, fraternité, igualité, democracia, respeto a las diferencias, tolerancia…. La comunidad europea debe ser algo más que un conglomerado de tributarios de impuestos o un simple consumidor.
¿Merece la pena -se pregunta George Steiner- luchar para que la idea de Europa no se hunda y vaya a parar al gran museo de los sueños pasados que es la historia? Para Steiner Europa posee un doble origen antiquísimo; el de la civilización hebrea y la griega, un bagaje milenario del que los Estados Unidos carecen; a este hecho diferenciador Steiner suma otros. Por ejemplo se suma la existencia, en el viejo continente, de los cafés, lugares singulares de paso y diálogos, tertulias que no existen en el nuevo continente; allí hay comida rápida, velocidad, incomunicación. Además, añade Steiner, otra diferencia importante y definitiva es el paisaje, a escala del ser humano y no hecho de gigantescas distancia como las grandes llanuras yermas de los desiertos yanquis. Los nombres de las calles es otro detalle singular, simbólico y definitivo como legado de un pasado que en Estados Unidos no han tenido tiempo de granjearse. Estas diferencias presumiblemente irrelevantes, son símbolos; calan y perviven en la personalidad de uno y otro continente.
Jorge Semprúm, ex ministro de Felipe González y superviviente de un campo de concentración nazi nos dice que Europa debe ser pensada de nuevo. Para ello quizás habría que retrotraerse unos meses y mirar todo aquel chasco del que hoy no se habla; -¿existió?- de la Constitución Europea. El NO a este tratado por parte de Francia (y otros) fue un no nacionalista y conservador pero también contra una carta magna neoliberal, al estilo americano, sin las premisas sociales de una Europa diferente. Jaques Delors impulsor del proceso de Unión Europea y enérgico vocero del llamado “Estado del bienestar” (otro término olvidado) se quedó helado o quizás no tanto y Estados Unidos respiró, secándose las perlas de sudor de la frente. El desarrollo de Europa es un peligro para el liderato americano. No en vano una de las causas de la Guerra del Golfo podría ser la intención de Sadam Hussein de cambiar la moneda de referencia para sus ventas de petróleo del dólar por el euro.
Goethe ya propuso en sus cartas a Aufenbach la idea de una globalización europea, la llamó Welliteratur, una suerte de literatura, cultura, en definitiva, que sobreseyese a las viejas Literaturas Nacionales y patrioteras. Goethe creía que tras la Revolución Francesa y la caída de Napoleón Europa se retomaría como un ente por encima de los estados. Pero se equivocó, tanto que un siglo después de su muerte Hitler planeaba convertir a Europa en una inmensa Germania a su imagen y semejanza (y ni siquiera eso porque la raza aria debía ser rubia, alta y guapa y él era moreno, bajo y feo).
Tras el desastre de la segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría, entre guerra y guerra creíamos en la posibilidad de restituir Europa, pero hoy desde Estados Unidos se nos plantea una guerra sustitutiva y a todas luces perpetua, la que se quiere hacer al terrorismo, esa cabeza de Medusa, mediante la coacción y la pérdida de libertades civiles, esas que nos han costado tantos muertos conseguir. Para ello se quiere utilizar, mediante las leyes firmadas estos días, algo parecido a una represión y una dictadura en la que te pueden detener en cualquier momento, llamarte terrorista y torturarte, por si acaso y por la seguridad de los “ciudadanos de bien”. Franco, Stalin o Pinochet usaban el término terrorista para librarse de sus enemigos políticos y en su nombre se hicieron las más grandes atrocidades.

Sonntag, November 05, 2006

Nací en Riudellots de la Selva, a la orilla clara de un río contaminado, en un verano sin sol ni calor de hace un tiempo. Un día sin luna quise viajar. Como Ismael era mi modo de ahuyentar la melancolía y regular la circulación.
Llegué a Barcelona y lo primero que hice fue hacerme comercial de calcetines de lujo, de aquellos ribeteados con dos raquetas de tenis cruzadas como una hoz y un martillo que en aquel entonces estaban de moda, algo exquisito, indigno de cualquier pie por muy comunista que fuera. Viajé por toda Catalunya con un SEAT Ritmo gris dudoso que era un tanque de ojos saltones y un Hotel. Me agenciaba un buen sueldo extra renunciando a dormir en camas de fondas y hostales de mala mugre y confeccionando falsas facturas que cobraba a precios meridianamente inusitados. En mis largos paseos perdidos por tanto pueblos iba inventando situaciones que nunca se dieron. Amé sin medida a mujeres que nunca existieron pero que vi guiñándome el ojo desde las cunetas de las carreteras, a cada curva. Me enamoré de mi imaginación en cualquier espigón en el que dormía; luz de luna, silueta de coche-tanque-cuadrado, hasta las ruedas eran cuadradas, y yo dentro llorando de soledad y amor de imágenes con las que me quedaba dormido, envueltas en mis manos que acariciaban el aire viciado del interior del coche, acariciando pechos de cristal. Mientras rompían las olas.
Pasé ese verano en Port del Mar, en uno de los viajes pude descubrir un precioso y aislado apartamento al borde del mar, el precio rondaba el dinero que había escatimado a mi decrépito jefe en hoteles a lo largo de los tres meses precedentes, era un chollo. Allí estaría todo el largo y aún soleado septiembre. En esa época es cuando me obsesioné con el rumor por el que Picasso con peluca veraneaba con Dalí en un chalet de la zona. Me pasaba horas buscando esa posibilidad y en cada casa creí verlo. Una vez a lo lejos, intuí en una terraza espectacular, en una tarde de esas aceleradas de finales de verano una reluciente gran cabeza calva con una camiseta a rayas llamó mi excitada atención obsesiva. Me acerqué gateando y excitado, arañándome con la broza para poder ver mejor a ese símbolo vivo. Cuando llegué al lugar pensé que ambos estaban muertos hacía años y que aquello era una sombrilla solapada con una farola de globo en segundo plano y que Picasso no estaba por allí sin su peluca de incógnito meciendo su calva al viento de la tramuntana. Me vi agachado y reí, recuperé la cordura y la verticalidad un poco y cayó la noche y septiembre pasó y Picasso se me olvidó como una época azul. En Port del Mar dejé un mes difuso, a medias entre una locura superficial y una verdad profunda.